Memorias de Un Replicante Sin Recuerdos

I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off shore of Orion. I watched C-beams glitter in the darkness near the Tannhauser's gate. All those... moments will be lost... in time, like... tears... in the rain. Time to die.

Tuesday, August 01, 2006

El rompeolas

Finalmente me decido a publicar este escrito. Si os gusta, ya sabeis: !NO LO ANARROSEEIS!

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La mar gris sacude el rompeolas con la fuerza primaria de un Dios de armadura de escamas azules, cargando el ambiente de gotas de agua colmadas por la melancolía. Se mezclan con mis lágrimas. Las que, ahora disimuladas, marcan mis ojeras con un arco azulado, causa del frío y la desesperación de haberte perdido mil y una veces, y no poder amarte más, y ni siquiera poder perderte por última vez.

Me arrebujo en el abrigo de lana gris marengo, mojado por la lluvia y por la sal. La bufanda negra cubierta de una fina capa de rocío marino. Dejo ir mis ojos y mis entrañas mas allá del mar y de la tierra. Más allá del rompeolas y la costa. La fuente a mi lado, con los surfistas de blanco mármol, escupe más agua a un paisaje húmedo. Como si hiciera falta más humedad.

La que brota de mis ojos cansados, son las últimas gotas que quedan en el fondo de mis ojos, de mi corazón.

Por el paseo marítimo se acerca hacia este recodo del camino una figura vestida de color hueso... ¿o es blanco mojado? Su pelo ondea violentamente con el bufar de la marea, que juega como si fuera un gato pequeño, lanzando sus garras hacia la maraña azabache que molesta sus ojos. Profundos. Cósmicos.

Se detiene junto a mi y se sienta en el banco empapado, sin temor a absorber más agua en su cuerpo.

- Señorita...- trato de advertir
- Lo sé- me interrumpe ella con una voz rota. Sus ojos vierten la tristeza en el banco- El banco está mojado y mi periódico también.

No veo ningún diario, ni en sus manos ni en el lugar donde, ligera y temblorosa como una pluma, se ha sentado.

- Creo que debería volver a su casa.
- No puedo hacerlo. Estoy perdida.

Quizá pueda ayudarla y quizá, solo quizá, eso alivie la culpa de sentir que he vuelto a cejar en mi empeño de ver un paso por delante de mi. Sus labios están lívidos. Su gesto es lastimero, pero hay dureza en su mirada. El cansancio rebosa sus poros, incluso con el helado viento sacudiendo de latigazos negros sus pómulos delgados. Salpican de un naranja algo enfermizo unas pecas a ambos lados de su nariz, que contrastan con los ojos azul desencadenado de terror. Y mi cuerpo empieza a entrar en calor.

Me siento a su lado y clavo mi mirada en una visión lejana. Las olas. Las olas. Las olas. Que van y vienen, golpean, derriban y reconstruyen su camino. El universo se pliega a su ir y venir. La luna las atrae, la luna las rechaza... y el gris empedrado del cielo las abraza en el horizonte.

¿Por qué siento el calor de esta mujer abrazándome? ¿Qué clase de insinuación he lanzado para que me repose su cabeza sobre mi hombro? ¿He dicho algo? ¿Acaso merezco cariño alguno después de haber apuñalado mi corazón y su amor mil y una veces?

No la conozco de nada, por Amor de Dios...

Pero suspiro y me levanto. Camina tras de mi, cogida a mi mano enguantada en piel negra. Dura. Fría. Rígida. Mojada. Una mano fuerte. Un puño de realidad. Los soportales nos cobijarán hasta el portal, desde donde el mar infinito llega a otras tierras y baña otras costas.

Desde el rompeolas, hasta el portal, hasta la puerta de casa ni una sola palabra. La puerta gime con disimulo cómplice.

La ropa empapa la moqueta verde aceituna y se va desperdigando hasta el cuarto cálido de vapor de agua... siempre agua...

La cama, suave y crema, recibe su cuerpo frío con calidez. Se estremece. Su piel es más pálida de lo que creía, pero poco a poco toma un tono rosado digno de ser contemplado. Se lleva un dedo a la boca, mordiendo, vergonzosa, la uña... simple... sin dañarla.

Se retuerce, se gira y se convulsiona. Se quiere cubrir con las mantas... Yo miro desde el vano de la puerta. Dudando. Hay algo más que casualidad en esta habitación. Hay un efecto, una causa y una reacción. El calor que me empuja choca de frente y como un mercancías contra la pared de mi autocontrol... y mis bases morales tiemblan.

Ella extiende los brazos hacia mi desde el interior de la cama. Está fría y quiere compartir mi temperatura. Pero tengo el corazón helado. Impasible, la observo retorcerse entre las sábanas.

Y al final el deseo vence la partida.

Me cubro con las sábanas y abrazo el cuerpo que ya no está frío ni pálido, que me sumerge dentro de sí mismo con sus propias manos. Que me arranca suspiros y lamentos. Que me extrae el dolor que llevo a flor de piel y que limpia con sus propios labios la densa y turbia marea de las olas que se mueven dentro de mi.

Sus caderas me golpean con ansias brutales y trato de aguantar... se pasa. Lo siento muy cerca. Ese calor que me devora. Pero no pienso abrir la boca. Estaré sumido en el silencio que compartimos desde que confesó estar perdida. Me araña la espalda con sus uñas delgadas y blancas, pero la sangre no hace más que aumentar su hambre y pide más.

Grita, me grita al oído y me pide que le dé lo que quiere. Quiere oírme, escucharme, sentirse necesitada y deseada, pero la violencia que la mueve destruye lo que intento construir. Y aún así soporto el embate.

No puedo más. Me tumba con un gesto definitivo. Entierra su cabeza entre mis piernas. Definitivamente ya no hace frío en este cuerpo. Ni en el mío. Por primera vez desde hace mil y una noches siento ganas de gritar, pero podré soportarlo.

Mientras moja con su saliva todo lo que encuentra a su paso entre mis muslos y devora mi sexo con fruición, yo aprieto los dientes para evitar emitir sonido alguno, pero al final de los tiempos, donde está ella, encuentra mi voz soslayada por un avatar del destino, que libera con su lengua juguetona.

Y por fin, entre espasmos de placer, me arranca el alma, la voz y los mejores segundos de mi vida.

Mil y una veces perdida, mil y una veces recuperada.

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